Hay que mezclarse con la vida. Y la forma más efectiva es teniendo aventuras. Comprometerse con la incertidumbre de lo imprevisto.
La aventura es esa parte de nuestra vida que la contaremos durante mucho tiempo, o quizás para siempre. Un día un periodista le preguntó a una mujer en la calle, si ella pensaba que su vida era para escribir un libro o para que le hicieran una película. Y obviamente, como diríamos casi todos, la mujer le respondió que si. Y seguramente querido lector, si yo le pregunto a usted sobre su vida, responderá que alguna parte de su historia podría ser para una película. Y apostaría que esa parte, es una aventura. Es algo que le pasó sin que usted lo buscara. ¿Cuántas cosas le habrán pasado sin que usted las buscara?
Pero hay que tener en cuenta que la aventura tiene un componente importante, que es la suerte. Estar en el lugar correcto, en el momento y con las personas correctas.
Por eso las aventuras tienen un valor importante, porque esas cosas no se cumplen muchas veces. Si falta cualquier componente es solo una circunstancia social, una cosa rara que pasó, pero solo es una aventura cuando se unen esas tres cosas elementales.
Darse a la aventura es parte de la historia de la humanidad, de salir (según la historia) a buscar especias y encontrar América. (Decía mi padre «para cuento es lindo porque es cortito», y ese cuento que nos hacen de la historia lo podríamos discutir o poner a consideración en otro momento, mire usted si alguien por casualidad va a salir a buscar condimentos y se encuentra con un continente).
Pero podemos traer y bajar a tierra ese verso de la especia y decir que usted sale a un supermercado y en vez de encontrar un continente encuentra al amor de su vida. Ahí cumple sobradamente las tres premisas de una aventura. Lugar correcto, momento correcto y sobre todo persona correcta. Y ahí me nace otra pregunta ¿es aventura o es milagro encontrar al amor de la vida de uno?
En estos tiempos de encuentros tan fugaces como mentirosos, quienes se encuentran para siempre, parecen más de una película de milagros, que de aventuras.
Pero quiero volver a la aventura casual, a esa que por lo general se vive a los 18 y después cuando pasamos los 50, aventuras con la misma intensidad y en esa nueva juventud donde hay encuentros prudentes, vienen las aventuras con algo muy interesante, un condimento especial, y es que nos embarcamos a buscar nuevos horizontes, nuevas tierras, otros continentes desconocidos, y como el tiempo se va y uno ya no tiene 18 sino 50 o más, aprendemos a identificar la aventura y en ese instante, detenemos mínimamente el tiempo para conservar, atesorar ese momento, lo convertimos en único cuando lo vivimos con las personas correctas, porque todo lo demás ya lo hemos pasado, y nos llevaremos esos momentos con las personas con las que queremos pasar esos minutos suspendidos en el tiempo. Todo lo demás no importa, porque para cuentos son lindos, porque son cortitos y nosotros buscamos vincularnos con la vida con aventuras, no como historias, sino como refugios para engañar por un minuto al paso del tiempo, a la muerte.